"Tapices" de la poetisa Ruth Vidaurre”
Yo soy la
madre y la naturaleza entera,
señora de
todos los elementos, origen y principio
divinidad
suprema, reina de los mares
primera entre
los habitantes del cielo,
tipo único de
los dioses y las diosas
Las cumbres
luminosas del cielo, los soplos salvadores del mar
Los silencios
desolados del infierno…
Yo soy quien
gobierna todo a merced de mi voluntad.
Yo soy la
madre y la naturaleza entera…”
Himno a Isis
Lucio Apuleyo
En este libro, bajo una
especie de trance, la mano de una tejedora nos habla a través de la boca de una
poeta. Ellas nos han estado hablando silenciosas, inalterables desde el origen.
Pero el origen es un misterio, un secreto en el vértice de nuestra comprensión
del alma y el mundo.
Ella es quien finalmente
arrebata el secreto. Ella es quien sabe pronunciar su nombre, por eso su
aliento adquiere potencia divina. Isis, ayudada por su hermana Nephtys, inventó
el oficio de tejer. La acción de tejer, íntimamente ligada a la vida como la
manifestación del mundo haciéndose, como la estructura y el movimiento del
universo. Este tapiz sin embargo puede ser también un velo, un misterio, cuya
repetición y perpetuación requiere una suprema inocencia. Por ello, sólo unas
manos inocentes pueden ser iniciadas en este oficio. Estas manos iniciadas,
detentarán pues a partir de ese momento, el secreto de la
vida-muerte-resurrección.
Ankh. La cruz ansada, o el
nudo de Isis. Lo vertical y lo horizontal entramados bajo el nudo de Isis,
símbolo de absoluto poder de transformación y fecundidad. Símbolo del principio
femenino. Urdimbre que representa las líneas verticales y horizontales de la
cruz cósmica.
El vidente y místico Abraham
Abulafía, en el año 1.100, hablaba de que el éxtasis producido a través de la
transmutación de la consciencia, por su entrada a los planos de encuentro
directo con el Ser, tenía como suceso y logro mayor, desellar el alma,
desanudar los múltiples nudos que la oprimen para llegar a tocar, a vivenciar
finalmente la totalidad. Pero ya desde mucho tiempo atrás, las niñas iniciadas
en las liturgias en honor a lo femenino de la divinidad, vivían solamente para
vincular alma-mundo, o alma-mundos, a través del ritual del tejido sagrado. El
reverso del nudo era pues más bien símbolo de vida, de inmortalidad, el
vínculo, la unión, el abrazo....
Las manos de una niña,
vinculada profundamente a la soledad de la tierra, son predestinadas a tejer la
púrpura. Esta virgen, adosada a su telar, establecerá la representación del
universo en un marco de madera. El ángulo de arriba es el “enjulio del cielo”.
El de abajo representa la tierra desde donde se establecerá el vínculo. Como en
un acto de alumbramiento, dice Jean Chevalier, “Cuando el tejido está
terminado, la tejedora corta los hilos que lo sujetan al telar y, al hacerlo,
pronuncia la fórmula de bendición que dice la comadrona al cortar el cordón
umbilical del recién nacido”.
La soledad de la tierra.
Ella, nuestra niña, debe buscar lo iridiscente en la aridez de la tierra. La
púrpura al fondo de los ojos. Pero esa policromía del mundo debe recortarse
sobre el fondo del dolor humano. Son las hilanderas quienes abren y cierran las
heridas del alma y de la tierra. Del ámbito humano y del cosmos.
Dentro de esta suerte de
lucha por mantener la inocencia inalterable, La perpetua inocencia, ¿por qué ha
de ser una niña, por qué una mujer? Creímos alguna vez que el hombre era el
gran mancillador de los espacios, el cazador de espacios. Pero la dueña del
ovillo ha sido siempre ella. Son sus manos y sus dedos quienes muestran la
entrada y la salida. Pero más allá de la entrada y la salida, están la vida y
la muerte. Por eso sólo seremos salvados por la gracia del vínculo, del nudo.
La iniciación de este especialísimo caso, será el ceder y el entregarse de
“Ella” a lo omniabarcante, a lo trascendente, a pesar de que en los procesos
arquetipales que sustentan los mitos (elaborados por el hombre), y ya en la
explicación revelada a través del dogma de la religión, es usualmente el héroe
o el sacerdote quien transciende hacia lo trascendente.
Sin embargo, en este caso,
ella es la heroína, la que debe permanecer inmancillada. Su capacidad para la
renuncia debe estar más allá de su imponente miedo, de su duda. Por ello la
absoluta entrega a la soledad, al silencio exasperado del color. Ella tendrá
por fuerza que dejarse morir, aunque sea simbólicamente, para traspasar su
miedo y su duda, para iniciarse en la senda de la soledad, soledad que nos
marca el camino que sólo puede recorrer ella misma.
El epílogo de este drama
cósmico. Donde una niña nos muestra que el Tapíz-laberinto que el ser humano
recorre es la eterna re-creación, será su conciencia, su propio reconocimiento
de la muerte y la soledad. Pero reconocer esa muerte y esa soledad, es también
reconocer a la totalidad del ser.
El Tapiz, y aún más, el
sacrificio de nuestra niña hilandera (quizá también de la poeta, cuya boca nos
revela el por qué de su silencio) nos representa el eterno vínculo de lo humano
con la totalidad del ser (masculino-femenino), proclamando por siempre esos
espacios vírgenes, que aún siendo mancillados por la huella del cazador de
espacios, permanecen en una transformación inalterable, santificados por la
realidad absoluta, salvados por ella.
Edgar Vidaurre*
*Edgar Vidaurre: Nació en
Caracas en 1953, iniciando sus estudios musicales en el año de 1958 en el
conservatorio de música Juan Manuel Olivares y de piano con el profesor Jorge
Farkas. Posteriormente estudió con las profesoras Gerty Haas y María Albino
hasta 1976 año en el que obtiene el grado de pianista ejecutante, así como
también estudios de teoría y solfeo, armonía, contrapunto e historia de la música
con los profesores Alvaro Fernaud, Angel Sauce y R. Hernández López. En el
mismo año de 1976 obtiene el título de Abogado de la Universidad Católica
Andrés Bello y en el año de 1989 la licenciatura de Filosofía en la misma
universidad. En el año 1991 ingresa a los talleres de poesía del Conac en el
Ateneo de Chuao y del Celarg a cargo del poeta Alfredo Silva Estrada de manera
ininterrumpida hasta el año de 1995, siendo que paralelamente participa en los
talleres libres con las poetisas Elizabeth Schön e Ida Gramcko. Autor de los
libros de poesía, La resurrección de los frutos (mención de honor en la bienal
1993-1994 de poesía mística Antonio Rielo de España), Poemas de la tierra
(1995), La fugitiva (ganador del premio único de Poesía Bienal Latinoamericana
“José Rafael Pocaterra” 1994-1996), La séptima Rosa (1996), El lugar más
sosegado de la tierra ( Mención de Honor en la bienal municipal de literatura
Augusto Padrón, 1997), y de Panayía (1998-1999) Igualmente autor de numerosos
ensayos sobre poesía escritos especialmente para los talleres del Celarg, así
como de artículos para los periódicos, El Siglo y el suplemento literario
Verbigracia de El Universal, conferencista de la Dirección de Literatura del
Conac (1996-1997) y del Ateneo de Maracay. Desde el año de 1989, es colaborador
y coeditor de la Editorial vertiente Continua del Poeta Alfredo Silva Estrada,
y director fundador del Fondo Editorial Diosa Blanca.